jueves, 24 de enero de 2008

EL REY DE LAS TINIEBLAS


Hace casi tres lustros, estando entretenido con mis primeras experiencias cinegéticas detrás de los lagomorfos y posteriormente ocupado un tiempo en el apasionante juego de intentar burlar la astucia de maese raposo; sin apenas darme cuenta y como un fantasma se fue internando en mi territorio un ser extraño enigmático y que sin yo percatarme, fue tomando posesión de sus dominios, llegando a solaparse con los míos, haciéndolo en pequeños escuadrones cual tropas de ocupación. Se trataba del éxodo que el jabalí estaba llevando a cabo ocupando las tierras más occidentales de nuestra geografía gallega, procedentes del interior, favorecidos sobre todo por el abandono de las tierras de cultivo y consecuentemente con el aumento de la densidad de la cobertura vegetal. Durante los primeros años aprovechando que no se conocía apenas nada sobre su etología, éstos se fueron asentando sin ser vistos apenas por nadie en zonas con gran densidad de población humana. Únicamente se delataban mediante los destrozos que ocasionaban en la agricultura. Un conocido de mi infancia decía que eran como las meigas “Eu ver non chos vin, pero habelos hainos” decía mientras me señalaba hacia el suelo, con los ojos abiertos como platos, mostrando la escritura que dejaban sus huellas.


A partir de entonces fue cuando empezó mi curiosidad por conocer el comportamiento de tal osado intruso que tanto enigma despertaba por su facilidad de evitar el encuentro con el hombre. Pasaron un par de años hasta que por fin, y de forma casual, llegó el día del ansiado encuentro. Estando un día de verano acompañado de Miguel, mi compañero de batallas, en pleno entrenamiento con nuestros dos perros zorreros, y no siendo conscientes de la cercanía del suido, pues los perros sumidos en su fanática fiebre vulpina no eran capaces de percibir los rastros del paquidermo, fue entonces cuando ordené a nuestros perros a internarse en una gran mata compuesta de retama y zarzas que lindaba con un camino poco transitado. Como de costumbre los perros obedecieron sin mas dilación. Nada mas tomar la mata, se oyó un rebufo seguido de un gran resoplido. De manera inconsciente mi compañero y yo entramos para ver que pasaba. Se trataba como no, de un gran jabalí solitario, aculado que no dudó en envestir revolcando a cada uno de los dos perros con dos certeros y contundentes golpes de jeta, arrancando con gran ímpetu, abriéndose camino entre la espesura. Una vez alcanzado el camino lo cruzó e hizo una breve pausa para cerciorarse de que el peligro quedaba atrás. Pudimos ver como su cabeza erguida, su crin erizada y su rabo en posición eréctil, reflejaban todo su estado de cólera. De inmediato retomó su carrera monte arriba, perdiéndolo de vista. Mi compañero y yo no hablamos nada. Permanecimos unos instantes mirándonos el uno al otro escuchando todavía el ruido que producía la bestia quebrando las ramas secas a su paso. El resultado del fatal encuentro fueron dos cuchilladas una en el pecho de Roqui, el perro de mi compañero, y otra en el costado de de mi perra Linda, que aunque aparatosa y emanando abundante sangre no tuvieron mas consecuencia que una gruesa factura en el veterinario.


Después de aquel encuentro comprendí que todos aquellos relatos que leía sobre esta criatura y los calificativos que la gente le atribuía como símbolo de potencia, de ímpetu y de bravura no eran en absoluto exagerados. A partir de entonces mis jornadas de caza con mi compañero Miguel estaban carentes de emociones fuertes, en mi cabeza seguía rondando la imagen del gran suido. Embrujado por la bestia salvaje, emprendí una desenfrenada búsqueda en sucesivas jornadas. Búsquedas que no tuvieron éxito hasta que tanto yo como otras gentes del entorno, aprendimos a conocer las costumbres del suido. Posteriormente tuve varios encuentros, encuentros buscados, aprovechando las noches de plenilunio y la seguridad que la noche les ofrece, no temiendo apenas mi presencia. Y así hasta nuestros días, donde hoy, practico su caza casi de manera exclusiva en la modalidad de gancho, junto con mis compañeros de cuadrilla, a los cuales les debo todo lo que hoy en día sé acerca de esta caza, y a los maravillosos lances que gracias a ellos he tenido en estos últimos años.


Repudiado por unos y venerado por otros, pocos dudan en calificarlo como el rey de la Caza Mayor en España. Tratándose de una de las pocas especies cinegéticas que todavía se pueden considerar como salvajes y puras en el norte de la península, junto con el corzo y la becada; no es extraño que sean éstas merecedoras de calificativos que engrandecen su nombre. Calificado el uno como el Duende y la otra como la Dama del bosque, nuestro protagonista ostenta una gama más amplia de calificativos, desde las bestias negras como los denominan los franceses, hasta el señor de la noche, como lo califica uno de mis compañeros al que admiro y que comparte conmigo muchas páginas en esta publicación. Para mi podría ser calificado como el Rey de las Tinieblas, porque es precisamente cuando señorean las tinieblas y la tierra queda en silencio cuando esta criatura se muestra mas segura y valiente, no temiendo ni a su peor enemigo, el hombre. La noche le ofrece seguridad y poderío. Todo lo contrario que por el día, donde se muestra huidizo y agazapado en su encame. No olvidemos que de todas las especies cinegéticas que pueblan nuestra península ibérica, ésta es la única capaz de interrumpir su huida y esperar para hacer frente a toda una reala. No hay nada más excitante que el asistir a un levantamiento de uno o varios ejemplares y provocar su estampida, sintiendo posteriormente como se van alejando, rompiendo el monte y atrayendo tras ellos a toda la jauría que impregna con sus sonoros latidos, el ambiente, en las profundidades del bosque.


En la mitología griega el jabalí de Erimanto era una criatura que causaba destrozos en los cultivos y los viñedos de todo el contorno y que vivía en Erimanto. Cazar a esta criatura fue el cuarto trabajo de los doce que Euristeo mandó realizar a Heracles. Euristeo ordenó a Heracles que fuese en busca del jabalí de Erimanto y lo trajera vivo. Heracles partió en su búsqueda con sus armas habituales. Lo más difícil era encontrarlo pues la terrible bestia se escondía muy bien y sólo salía de su escondite para sembrar el pánico entre los habitantes de Arcadia. Heracles revisó uno por uno cada arbusto y revolvió las malezas hasta que lo encontró. El jabalí huyó y Heracles salió tras él, atravesando valles y montañas sin descansar. Heracles vio un desfiladero sin salida y logró que el jabalí, ya agotado, se internase para reposar. Aprovechó ese momento para capturarlo. Lo sujetó firmemente por las fauces, armadas con grandes colmillos, lo ató por las patas, lo cargó sobre su ancha espalda y lo transportó hasta los pies de Euristeo. En la mitología del norte, Wodan, dios de la tempestad, tiene junto a él, un jabalí, representando el viento tempestuoso que acompaña a la tormenta y que en la tierra destroza todo con su ímpetu violento.


Pasados casi quince años, las cosas cambiaron sustancialmente. Las gentes de los pueblos fueron comprendiendo las claves de su comportamiento y se aprendió a darles caza. Con ello se frenó el éxodo desde las tierras del interior y se redujo su capacidad de colonización. En estos momentos se aprecia ya una progresiva disminución en la densidad de individuos en las zonas más occidentales de Galicia. Hoy con los territorios vertebrados por la creación de un enorme entramado de grandes infraestructuras viales, lo que en un tiempo nos ha venido como una bendición del cielo, propiciada por un abandono progresivo de las tierras de cultivo y una despoblación del rural; puede ahora tornarse peligrosamente en una regresión en la población cochinera si no sabemos corregir debidamente los mecanismos que regulan su aprovechamiento como especie cinegética. Espero que no se cometan los errores que se han cometido con la Caza Menor, la cual, hemos dejado llegar a extremos tan límite, que en muchas regiones hoy ya es casi irreversible su recuperación. En el caso de la Caza Mayor, tenemos la ventaja de que la gestión cinegética es mucho más fácil de acometer pues incidiendo apenas en dos puntos de actuación, se pueden lograr resultados más que satisfactorios. Me refiero por un lado a la conservación de grandes masas de cobertura vegetal, evitando en la medida de lo posible las grandes masas forestales de monocultivo extensivo, y por otro lado, estableciendo una fuerte lucha contra el furtivismo desde una postura seria y rigurosa, siendo recomendable la creación de patrullas de voluntariado de cazadores, debidamente autorizados e identificados con distintivos de las Federaciones y Asociaciones que los representan.


A falta de una legislación específica que propicia que se lleven a cabo una serie de desmanes, que lejos de velar por un aprovechamiento sostenible de la especie, está provocando situaciones que no ayudan en nada al desarrollo racional de la misma: Muchos representantes políticos ven el mantenimiento de la especie como altamente deficitaria (accidentes de tráfico, ataques a los cultivos, etc.). Por otro lado existe un gran número de prácticas furtivas, en muchos casos socialmente aceptada. Autorización de batidas por daños de dudosa justificación, cuando no se autorizan las batidas y posteriormente se certifican los daños. Creación de una orden de vedas que entre ganchos, monterías, esperas nocturnas, y batidas por daños, se le da caza durante casi todo el año. Un incremento de cuadrillas que aprovechando el vacío legal existente, con todo su derecho, se apuntan cada año engrosando una peligrosa cifra que no hace sino, aumentar la presión sobre la especie en territorios de ámbito jurisdiccional que apenas alcanzan las 2000 Has. y que no han sido concebidas para la práctica de la Caza Mayor.


De seguir así, nos encontraremos con el día en que sea necesario la siembra de las especies de mayor. Con ello vendrán las enfermedades específicas de cada especie, y si no vienen solas, alguien se encargará de crearlas y con ello garantizar la prosperidad para muchos años de las granjas cinegéticas. Todas estas cábalas se dilucidarán a través del tiempo, ese juez insobornable que da y quita razones. Para entonces espero y deseo haberme equivocado.


Alejandro Lorenzo

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