jueves, 24 de enero de 2008

FURTIVISMO E HIPOCRESÍA


Después de ojear la prensa como todos los días y encontrarme con una curiosa noticia en la que se relataba como unos paseantes de madrugada, descubrían los cadáveres de 5 jabalies atropellados en medio de una carretera en obras, no puedo dejar de reflexionar sobre la conducta que ciertos individuos ejercen sobre las especies cinegéticas y en especial en nuestra comunidad, que ostenta si cabe, algunas peculiaridades propias que la diferencian de lo que ocurre en otros lugares. El hecho ocurría muy cerca de Ferrol a la altura de Mandiá, en un tramo de carretera que estaba en construcción y que todavía no estaba abierto al tráfico, por lo que con toda seguridad el atropello había sido intencionado; no sólo por las abundantes marcas de todoterrenos que había en el lugar de los hechos, sino porque los animales se encontraban muy distanciados unos de otros. Ello implica que los cinco animales (una jabalina con cuatro jabatos) iban con paso apurado, probablemente en plena huida, y que el o los vehículos arremetieron contra ellos en más de una acción. Probablemente los autores de la masacre en una acción furtiva, abandonaron los animales después de darles muerte, por creer haber sido observados, evitando así, el ser descubiertos en el caso de que en un control rutinario les revisasen sus vehículos.


Durante muchos años los cazadores hemos asistido a un sinfín de noticias alentadoras que vislumbraban un halo de luz en la lucha contra esta lacra del furtivismo. Hace apenas dos años se aprobó una ley que declaraba el furtivismo como un delito. Hasta hace pocos años las acciones furtivas estaban penalizadas con una simple falta administrativa, de mayor o menor gravedad. Ahora se considera un delito y para resolverlas ha de aplicarse el código penal, lo que supone que en algunos casos el autor del delito podrá acabar con sus huesos en el trullo. Durante este verano los agentes del SEPRONA han presentado sus nuevos equipos de detección de incendios. Se trata de unos sofisticados equipos basados en cámaras de infrarrojos de visión nocturna y cámaras térmicas para detectar calor. Según se afirma, con estos equipos se puede detectar un cigarrillo encendido dentro de un radio de 10 Kms. A estas nuevas técnicas de lucha se le ha dado mucho bombo en los medios de comunicación, no obstante, nadie ha hecho referencia a estos equipos como instrumento eficaz en la lucha contra el furtivismo.


Con el paso de los años y con los avances tecnológicos y los cambios legislativos, parece no haberse avanzado mucho en el tema del furtivismo. Hoy se sabe que una gran parte de los furtivos son gente que dispone de permiso de armas e incluso licencia para cazar, pero que no son merecedores, ni mucho menos, del calificativo de cazador. La mayoría de ellos han dejado a un lado las especies de caza menor y actualmente casi todos ellos basan sus actividades ilegales en furtivear sobre piezas de caza mayor, a sabiendas de que por desgracia, es una práctica socialmente mucho más aceptada que si lo hiciesen sobre las especies menores. En algunos casos la propia administración ha reconocido que el mantenimiento de las reses de caza mayor supone un déficit para las arcas públicas. No es de extrañar pues cuando regresas de un gancho, con alguna pieza, la cual es exhibida entre los paisanos del pueblo, siempre se oye la misma cantinela “¡Que Deus volo pague filliños, que acaban co millo todo!”.


A este panorama poco alentador se le suman los problemas derivados de las ambigüedades que la propia definición de furtivo se establecen según quien las analiza. En algunos diccionarios el término furtivismo se define como: caza y/o pesca ilegal por ser período de veda o por carecer de los permisos correspondientes. En otras publicaciones se define furtivo como: el que caza en terrenos sin la autorización de su dueño o del Estado. Dícese del que caza, pesca, etc. en una propiedad ajena, sin permiso. No es de extrañar pues, que algunos juristas hayan afirmado que según su criterio, el furtivo es alguien que toma por suyo algo ajeno. Eso quiere decir que si el propietario de una finca compra reses y las tiene en su coto, las puede sacrificar cuando le venga en gana, incluso en época de veda porque son suyas. Y que en caso de que fuese ilegal, sería una falta administrativa pero nunca un delito. Parece como si las sanciones en materia de furtivismo estuviesen a merced de las interpretaciones que en un momento determinado tuviese el juez de turno.


Muchos avances tecnológicos y muchos cambios legislativos, pero las cosas siguen igual o peor. Ahora se sabe quien practica el furtivismo en cada pueblo, se sabe cuales son sus métodos, incluso se sabe que nadie furtivea por necesidad. Incluso se hace oidos sordos ante quienes plantean soluciones como la de crear un voluntariado de patrullas de cazadores para denunciar delitos medioambientales tutelados por un organismo o una entidad que los represente. Y máximo cuando hay un gran número de voluntarios dispuestos a colaborar. Este tipo de medidas pueden surtir efecto dado que el furtivo nunca se tendrá que enfrentar a su vecino o incluso amigo, a título personal, sino que lo tendrá que hacer frente a un colectivo. Ello reduce al mínimo las posibles represalias y al mismo tiempo el furtivo, en muchos casos, puede mostrar arrepentimiento al verse delatado ante sus propios compañeros o vecinos. Otra posibilidad sería incentivar de algún modo la denuncia de delitos medioambientales que finalicen con una sentencia condenatoria (descuentos en tasas de las licencias, permisos de caza, etc.).


Yo, Mientras tanto, durante mis jornadas monteras tendré que seguir presenciando situaciones verdaderamente insólitas pero reales como la vida misma. Situaciones tales como la que nos aconteció la pasada temporada en terra de montes, donde se abatió un cochino que portaba en su cuerpo munición blindada del 9 mm parabellum (munición que no es de caza). Munición que habitualmente es usada por los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, o por algún desalmado que pretende cazar con una munición que lo único que puede hacer es dejar herida a su suerte a una res, debido a la poca capacidad de expansión de este tipo de proyectiles en el cuerpo de un animal, siendo éstos concebidos para hacerlo, al perforar barreras de gran dureza. Hecho que ha quedado reflejado en las fotografías que se adjuntan con esta publicación. O también el hecho que nos aconteció a los miembros de nuestra cuadrilla de caza, cuando esta temporada en pleno día 24 de Diciembre sorprendimos a dos individuos de mediana edad pescando en el río Umia a pleno sol. En esta ocasión al verse sorprendidos recogieron sus cañas y desaparecieron. Unos cientos de metros río arriba, volvimos a sorprenderlos rapaleando el río como si no hubiese pasado nada. Les recriminamos su acción y como era de esperar, ellos tenían más que decir que nosotros y claro, como no era el día apropiado para formar lío, allí se quedaron tan campantes los pimpollos celebrando el nacimiento del Niño Jesús. O incluso el tener que asentir cuando escuchamos por las aldeas el dicho de que los jabalíes se tiran a los coches. Si, si, digo bien. En muchas clínicas veterinarias, llegan a diario muestras de carne para hacer pruebas de triquina, en cualquier época del año. Todos dicen que por atropello. ¡Que casualidad!. Será como en el caso de Mandiá, allí se tiran de 5 en 5. En estos casos a la administración no se le ocurre pedir los precintos.


Parece que los avances tecnológicos y la nueva legislación sólo sirven para poner a prueba la paciencia de los que pagan religiosamente sus tasas y ejercen un deporte digno, y para que las nuevas generaciones desterren la idea de dedicarse en un futuro a una disciplina tan antigua como la humanidad. ¡VER PARA CREER!


Alejandro Lorenzo.


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